>> Fernando Andú | Heraldo de Aragón <<
Saludable ejercicio cada vez menos practicado, darse el placer de perder el tiempo conversando con cualquier extraño, además de revelarse como eficacísimo remedio contra la soledad y la incomunicación que nos amenaza por doquier al hombre contemporáneo, tiene la infrecuente virtud de ampliar nuestros horizontes mentales a que nos condena la rutina.
Y, aunque no resuelve completamente las dudas, las angustias y las frustraciones de cada persona, poner voz a las propias y prestar oído a las ajenas ayuda en gran medida a relativizarlas, lo cual, considerada la higiene general de nuestra sociedad, no es poco.
A esta situación nos remite el espléndido montaje con el que el Teatro del Mercado abre esta temporada, "Escuela de Machos", con texto e interpretación de Sascha Montenegro y dirección de Pedro Rebollo -dos de los más firmes valores del teatro aragonés, digámoslo pronto-, lúcido y amable divertimento con sabor a peluquería que relata las peripecias de un argentino de verbo fácil recién desembarcado en las ventosas calles de ciudad de Zaragoza.
Trata "Escuela de Machos" del azaroso encuentro de este psicólogo callejero en sus ratos libres -y lo son todos, tras probar suerte en la hostelería- con un paisano, castizo a más no poder, que le instará a abrir un consultorio sentimental a las puertas de su casa. Por allí irán desfilando, a vueltas con el sexo, con el amor y con la amistad, personajes de lo más variopinto, cada cual con su tema, que pondrán a prueba las terapias -o estrategias- que, con mejor o peor fortuna habrá de improvisar el argentino, psicoanalista a la fuerza, más por tradición que por vocación.
Acierta el montaje a construir una historia divertida e inteligente, en la que no importa tanto lo que se dice como la manera de decirlo, que se traslada sin ningún esfuerzo de lo cómico a lo (casi) tragico, desplegándo en cada registro grandes dosis de humanidad. Bien apoyado por imágenes (preferentemente acústicas) en las que la iluminación y la música se funden a la perfección, todo se subordina en él al extraordinario trabajo interpretativo de Sascha Montenegro, prodigioso en cuanto a la gestualidad y dicción, que, bien dirigido por Pedro Rebollo, se desdobla de continuo con notabilísima agilidad, logrando caracterizaciones plenamente convincentes y creando con ello la ilusión, que en ningún momento se desvanece, de un mundo cerrado y completo en sí mismo, en lo que constituye nuevamente una lección magistral de teatro. Fernando Andú.